Aprendiendo a cocinar la comunicación

En los últimos años he intentado hacerme cocinero, comunicador y docente. En los tres oficios a veces saco buenos platos, pero con frecuencia no logro el sabor que hubiera querido. Hoy muchas personas me han felicitado por ser maestro, agradezco mucho tan inmerecidas felicitaciones para alguien que apenas si llega a docente, el que se para frente a otros a decir cosas.

En las facultades de comunicación es frecuente escuchar las críticas a la normatividad que permite que empíricos, que no tienen la formación que estas instituciones dan, ejerzan el periodismo. Con la reciente explosión de las tecnologías digitales, la molestia se ha convertido en alarma: “ahora cualquiera cree que porque tiene una cuenta de Twitter o un blog ya es un periodista”.

No visito con la misma frecuencia las facultades de educación, pero sé que hay preocupaciones similares. Ante la reciente normatividad que permite que cualquier profesional ejerza la docencia, los licenciados han reclamado su prerrogativa, por ser los conocedores de la pedagogía. También a ellos la irrupción de las TIC les ha generado nuevos retos y les alarma porque una clase se convierta en un video, un documento y un foro en línea.

Profesores y periodistas coinciden además en que vivir de este oficio es cada vez más complicado, se les paga menos y se les exige más. Como de los cocineros, se espera que pasen más horas frente al fogón haciendo productos cada vez más deliciosos y a menor costo.

Jamás he estado en una escuela de cocina. Mi madre nos enseñó a cocinar a mi hermana, a mi hermano y a mí, porque considera que es una de las actividades que son indispensables para la supervivencia, que hombres y mujeres deberían ser capaces de hacerla. Tradición que ha continuado con mi hijo y mi hija.

Sin embargo, como en la comunicación y la educación, siento que hago parte de la generación que vio globalizar su mesa. Hamburguesas y pizzas pasaron de exclusivos restaurantes a cualquier esquina, ahora se encuentran sitios de comida china, mexicana o árabe de precios razonables en cualquier parte de la ciudad y muchos supermercados se consiguen ingredientes para preparar comidas exóticas

Aunque el humus me queda sabroso, no puedo garantizar que un chef sirio me lo apruebe. Las actividades educativas que diseño y ejecuto suelen ser útiles y agradables para mis estudiantes. Y bueno, escribo… Como ven en este sitio. Muchas cosas en primera persona. Demasiadas opiniones en el tono de periodismo digital que odian los “periodistas puros”.

La educación y la comunicación andan en crisis, buscan nuevas identidades, nuevos perfiles, todo el mundo quiere ahora participar de ellas porque como cocinar, son cada vez más de esas actividades indispensables para la supervivencia, todos necesitamos hacer. Las actitudes chauvinistas que buscan blindar los discursos de poder de cada una estas disciplinas cerrando la entrada a los advenedizos no solo funcionan, sino que no son deseables. Comunicadores y educadores afrontan el reto de reinventarse en una época en que los datos, la información y el conocimiento pululan, tanto que suelen ser apabullantes, mientras la sabiduría se hace cada vez más escasa.

Por supuesto no tengo la receta. Solo sé que el hecho que yo haya aprendido a hacer pastas a la boloñesa, no pone en peligro la calidad del ajiaco de mi mamá.

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