De vándalos, godos y otros bárbaros

A mi tampoco me gusta no poder pasar porque un paro o una manifestación cierra una vía y odiaría que mi casa o mi negocio fueran saqueados. A escala mayor es claro que todas estas acciones tienen un importante impacto económico y político, si no lo tuvieran no se harían. Sin embargo, el gobierno y muchos medios que le hacen eco, quieren que las protestas se hagan «pasito», sin molestar a nadie, en especial a ellos. Propongo una reflexión sobre lo que significa hacer política en la calle, en la que creo que tanto los defensores del establecimiento, como quienes buscan cambiar el estado de cosas tienen todavía mucho que evolucionar.

Los romanos, muy civilizados ellos, se abrogaron el derecho de excluir, de civilizar y de someter a todos los pueblos diferentes, que llamaron bárbaros. En algún momento de la historia, los pueblos bárbaros: germanos, godos, francos, vándalos y muchos más empiezan a moverse de sus territorios e invaden el debilitado Imperio Romano. Probablemente usaron más o menos la misma violencia que usaban los romanos para subyugarlos y mantenerlos fuera de las fronteras.

Los bárbaros vencieron y el Imperio cayó. Pero la civilización condenó sus nombres a ser los adjetivos con los cuales se descalifican las masas sin control aparente que saquean y acaban con todo a su paso. Sea en la muy «civilizada» Suecia o en la «atrasada» Colombia, como durante el reciente paro agrario y todas la manifestaciones que lo acompañaron.

Violencia y noviolencia

Primero que todo es importante notar que no todas las acciones en la calle son violentas, de hecho las teorías serías de la noviolencia, incluyen entre otras tácticas bloquear vías. Durante el paro un noticiero de televisión hizo una nota en directo desde la Avenida Caracas en el centro de Bogotá, al fondo se veía un grupo de jóvenes con el rosto descubierto sentados en la calle impidiendo el paso de los buses de Transmilenio.

Repito: si y fuera en uno de esos buses seguramente me molestaría con los manifestantes, pero de ahí a considerar esa situación un acto de vandalismo como lo hizo ese noticiero, que mezcló esas imágenes con las de encapuchados rompiendo establecimientos, hay un largo trecho.

Obviamente, hay muchas formas de cerrar una vía, es muy diferente que un grupo de personas se siente en la vía impidiendo con sus cuerpos el paso, a que tomen los vehículos que pasen, los vuelquen los quemen y armen barricadas para esperar los ataques de la fuerza pública, en ese caso el taponamiento de la vía es en sí el menor de los problemas. Pero para el estado es lo mismo, el artículo 353 A. del Código Penal, adicionado por el art. 44, Ley 1453 de 2011, da penas de 2 a 4 años de cárcel por el delito de «obstrucción de vías».

Los malos del paseo

La jornada del 29 de agosto dejó varios muertos en especial jóvenes que protestaban o miraban en localidades del occidente de Bogotá.

Si bien en varios medios, en especial los escritos se intentó separar la ruana de la capucha, en general la información de prensa enfatizó la idea que quienes participaron en las movilizaciones eran unos desadaptados.Un amigo comentó en su muro: «Claro que abundan los desadaptados sociales. No es fácil adaptarse a una sociedad de mierda».

Millones de jóvenes hacen lo posible por adaptarse a este sistema, el esfuerzo por participar de un proceso educativo que no les garantiza el futuro, que difícilmente les aporta en construir un proyecto de vida y que con increíble frecuencia los expulsa. Hacen lo posible por adaptase a un sistema económico que les promete el paraíso del consumo y que con frecuencia los encierra en el infierno del rebusque y las deudas. Y eso por no hablar del sistema de salud o del sistema de justicia.

Hace unos años trabajé en un proyecto de formación con recuperadores de material reciclado. Un día hubo un paro contra el sistema Transmilenio, sin embargo llegué al sitio de la clase en la localidad de Kennedy, cerca al portal de Patio Bonito, tuve que saltar del Transmilenio en la mitad de la Avenida Cali porque había disturbios en la entrada del Portal. En el salón de clase los pocos estudiantes que asistieron me contarion que se pagaban como $20.000 pesos por «salir a echar piedra», según las denuncias del alcalde Petro, esa situación se repitió en el paro.

Claro, es importante preguntarse quién o quiénes están detrás de esta maniobra y, como siempre, la pista la da quien se beneficia con esta situación. Ahí de nuevo coincido con Petro en que son las fuerzas de la derecha que querían criminalizar todo el paro quienes se vieron más favorecidas.

Sin embargo, me inquieta más otra pregunta. ¿Cómo tiene que estar un joven para estar dispuesto a irse a las calles a jugarse la vida por veinte mil pesos? ¿Qué esperanzas tiene? ¿Qué propuestas tiene?

Como dice la canción yo también tuve 20 años y me jugué la vida en las calles sin que nadie me ofreciera un peso. No tiré mucha piedra porque por mi falta de estado físico siempre corría el riesgo de descalabrar a un compañero antes que alcanzar a la policía, pero si era muy hábil con el aerosol y siempre he tenido una voz potente para las consignas. Pensaba hacer una justificación teórica, que me dejara bien parado comparado con los que lo hacen solo por dinero, pero eso no tiene sentido.

El punto es lo que nuestra sociedad, y prácticamente cualquier sociedad de hoy el ofrece a los jóvenes. Tienen que adaptarse, a lo que sea, al hambre, al sinsentido a la falta de oportunidades y nunca expresar el descontento con esa sociedad de mierda que los más viejos les legamos.

Si lo expresan, la culpa siempre será de ellos y serán, no solo descalificados por los periodistas en los medios, sino tratados como terroristas por el aparato de justicia. El mismo que les manda, los escuadrones antidisturbios, con lo que terminamos en el cartel que algunas personas exhibieron en las recientes manifestaciones: «Pueblo con uniforme, que golpea a un pueblo con hambre, para que unos que no tienen uniforme, ni tienen hambre y tampoco son pueblo sigan haciendo de las suyas».

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