Ñámpiros en el hospital

Juan Carlos y Javier están en el hospital, en la misma sala de observación del servicio de urgencias del Hospital Universitario Infantil de San José, en Bogotá. Los dos son menores de edad, deben estar en los 17 años, A las 10 de la noche arman un escándalo, se quieren ir dicen. Ellos son unos drogadictos, dicen. Quieren salir directo a la Ele, dicen. La sala se llena de personal médico y de seguridad, deben estar acá la mitad de los guardias del turno, además de su coordinador.

«Yo le quiero dar en la jeta a ese probo» – dice Juan Carlos. Supongo que refiere al guardia de la puerta de la calle que le impidió la salida cuando les dio la urgencia de salir.

Mi padre esta desde el sábado en este hospital. En la mañana se la pasó durmiendo, se sentaba y, de inmediato, se quedaba dormido. Costaba mucho trabajo despertarlo y de nuevo en un momento volvía a dormirse. Era como si esa mañana lo hubieran abandonado por completo las fuerzas. Pensé en llamar a la línea de emergencia 123, pero no me atreví. Una semana antes, mi mamá se sentía muy mal, perdía el equilibrio apenas intentaba pararse, estaba pálida. Del 123 enviaron una de sus motocicletas ambulancia, tardaron bastante, cuando llegaron me regañaron porque lo de mi mamá no era grave. Por eso ahora con el adormecimiento extremo de mi padre dude en llamar a la línea de urgencias.

Llamé a mi hermano que es paramédico y tripulante de una de las ambulancias del gobierno de la ciudad, es decir de las que manda el 123, Coincidencialmente, mi hermano estaba de turno y estaba saliendo de alguna institución cercana a la casa. Así que se comunicó a su base y pidió permiso de pasar a evaluar a mi padre. Le encontró la glicemia disparada, autorizaron transladarlo. Me alegré mucho de saber que lo mandaran al Hospital Infantil Universitario de San José, que antes de llamó Lorencita Villegas de Santos, muy cercano a nuestra casa y en el que habíamos recibido buena atención y poca congestión en ocasiones anteriores, en especial cuando le hicieron el transplante de cadera.

Pero la situación ya no es la misma, el hacinamiento, las demoras en la atención, las fallas en el servicio ya son tan frecuentes como en todas las instituciones de salud.Mi padre duró al menos 7 horas en la camilla de la ambulancia. Algunas de las empresas de ambulancias en Bogotá. incluyendo la misma Secretaría de Salud (donde trabaja mi hermano) han optado por tener caminos que van de hospital en hospital recogiendo las camillas que las ambulancias se han visto obligadas a dejar y surtiendo a las móviles con otras. Las bellezas del modelo de salud que hace agua.

Para lograr que atendieran a mi padre después de horas de espera tuve que hacer varias llamadas a conocidos que conocen el sistema de salud y el sistema político de Bogotá, empezar a tuitear la situación y escribirle a mis conocidos en los medios para armar el escándalo, al tiempo que le exigía al enfermero jefe que, dado que no lo estaban atendiendo, me lo dejaran llevar a la casa. Finalmente una agradable doctora apareció, me explicó que lo había visto antes y que estaba a la espera de unos exámenes. Unas horas más tarde la agradable doctora me dijo que lo había remitido a medicina interna, pasaron horas para que la especialista lo viera, justo en el momento en que me alejé de su lado. Muchas horas más para poder hablar con otra agradable doctora que de nuevo me habló de exámenes, para confirmar y me anunció una decisión, que muy problamente sería darle de alta, para la madrugada. Así como la primera agradable doctora se olvidó del caso y no tuvo que volver a sonreirme, cuando lo paso con la segunda agadable doctora, ésta última me dijo como a las 6:30 de la mañana que ella ya se iba y que la decisión quedaba en manos de otro médico que debería llegar a reemplazarle a eso de las 7:30.

Estuve en el hospital hasta las 10 de la mañana pasadas, el médico no había llegado a trabajar (era domingo y de puente), aunque algunas de las enfermeras explicaban que «estaba en pisos» y que luego llegaría. Eso sí, «nadie puede garantizar una hora», estableció con una contundencia muy cercana a la grosería la enfermera jefe de turno.

Mi madre me reemplazó, estuvo todo el día. El médico apareció a la 1:30pm. Revisó a mi padre y decidió dejarlo interno un par de días, puesto que según él estaba estaba probado que en casa somos negligentes para cuidarlo. Yo le había explicado a la anterior médica, que la insulina se acabó hacía un tiempo y que se la había hecho control con hierbas caseras que funcionó bien un tiempo. Mi lectura es que la hospitalización es una represalia médica para la familia: No lo cuidaron como debe ser, entonces estarán castigados varios días sin poder trabajar ni vivir normalmente.

A las 7pm hubo cambio de turno y con mi madre aprovechamos para hacer lo propio, llegué al hospital, recogí a mi madre la llevé a la casa, comimos rápidamente y la dejé segura. Me preguntó si sabía sobre los dos jóvenes que habían sido llevados emburundangados, que ambos eran como de 17 años. Me contó también los habían sometido a fuertes tratamientos para limpiar los restos de droga de su cuerpo.

Mi madre siempre tan ingenua…

Por el show que acaban de montar, los chicos no están acá porque alguien más los drogó, ellos mismos se declaran drogadictos. No noté en que momento empezó el zafarrancho pero después de un ratos, todos los que estábamos en la sala estábamos pendientes de él, cuatro guardias uniformados estaban dentro, la puerta había sido cerrada. También estaban varios de los enfermeros varones y un médico.

El que más sonaba, o para ponerlo en su lenguaje el más «lámpara» era Juan Carlos, gritaba que él era un drogadicto y un habitante de la calle y que ya no quería estar ahí. La enfermera jefe, una hermosa morena, le negociaba. «Si se quiere ir su mamá tiene que firmar un papel haciéndose responsable». Un momento después la madre estaba firmando.

Empecé a llenarme de sentimientos contradictorios. ¿Me debía quedar ahí sentado, tecleando en mi computador como si nada? ¿De qué pueden servir los años de experiencia en trabajo con comunidades? ¿Y el estudio de la noviolencia? ¿Y las técnicas de comunicación?

Pero además, no había hecho yo mismo un escándalo similar… bueno, mucho menos conspicuo, pero exigiendo el derecho a salir cuando uno ya no quiere estar bajo el cuidado de la institución médica. Me acordaba de Foucault y la forma en que devela el poder represivo del hospital y el sistema médico. Me acordaba que hacía unas horas estaba pensando que la represalia terapeútica a la que está siendo sometida mi familia tiene más que ver con que la medicina es el principal vendedor de la industria farmacéutica y menos con el genuino interés por la salud de mi padre.

El ambiente hospitalario me repulsa. Odio ver el sufrimiento humano, pero también odio ver la indiferencia que el personal hospitalario ha generado ante él. Una indiferencia que es ante todo un mecanismo que evita volverse loco, como lo he corroborado en la experiencia de mi hermano. No sabía que habría hecho yo en su lugar. No sabía si estaban haciendo lo correcto, al menos no se lanzaron sobre ellos con camisas de fuerza y somníferos como los estereotipos de Foucault, ¿o tal vez como yo hubiera esperado?

Finalmente, viendo en restrospectiva el incidente creo que el personal del hospital supo manejar las cosas adecuadamente. Bueno, yo lo primero que hubiera hecho hubiera sido separarlos, lo que los impulsaba a pavonearse de esa manera es un claro espíritu gregario. Juan Carlos se pintaba a si mismo como un peligroso criminal que creo que nadie le creyó. Javier habló poco, pero intentaba parecer más malo y a veces lo lograba. Mi registro era escuchar dos niños asustados.

Desde mi posición al lado de mi padre y al frente de mi computador no logré verles el rostro durante la discusión, pero por lo que vi en los ratos en que pasé cerca de ellos, a pesar de su acento de «gurrupletas» y su lenguaje vulgar, -que tampoco es muy diferente al que usan mis hijos, que son de la misma generación que valora mucho el dialecto callejero- pienso que son personas de clase media baja. Chicos con un gran problema de autoestima, hijos de la televisión y los medios que les han enseñado la lógica de los ganadores y los perdedores y la tienen clara: la única forma en que un pobre sea ganador es siendo malo, muy malo, un verdadero ñámpiro.

Que al final no está tan lejos de ser un rebelde que exige sus derechos. Como yo.

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