Bajo el mismo cielo

No sé cuántas horas llevo sin dormir, el vuelo a España tardó toda la noche, hemos llegado a las 10 de la mañana, pero en el horario de mi cuerpo y en el de mi casa, son las tres de la madrugada, la hora en normalmente me voy a dormir, pero tuve que seguir despierto. Tuvimos que tomar e metro hasta el centro, instalarnos en casa de Sol y ahora estamos en la casa de Nacho Martínez, quien nos invitó a almorzar (a comer dicen acá), después del almuerzo, el postre y la conversa son las 6:00 pm acá, tengo sueño e intento dormir un rato en el sofá de Nacho, al recostarme veo por la ventana y el cielo es igual que el de Bogotá. Mis primeras vivencias en el viaje a Europa.

Ganando tiempo

En la vuelta al mundo en 80 días, los protagonistas ganan al final su apuesta, porque su vuelta al globo la hacen viajando en dirección al este. En el avión tuve a extraña sensación de estar persiguiendo el amanecer, al principio un leve resplandor naranja delante de la nave, que poco a poco se convierte en un día soleado.

Vivir en husos horarios diferentes solo requiere estar consiente que en otro lado es otra hora, hay cada vez más herramientas que permiten saber a cada momento que hora es en otro lado.

Pero al viajar, sobre todo cuando te vas varios usos horarios hacia el este, se puede disfrutar la sensación de estar adelantado en el tiempo, mientras cenas en Madrid, los tuyos en casa apenas están almorzando, la reunión de los miércoles de los humanistas de acá manda su una foto al terminar la sesión que llega a Bogotá antes que comience la sesión allá.

Siete horas de diferencia tampoco es que sean una gran ganancia en términos de toda una vida, más interesante es poder repensar tu vida con ocho mi kilómetros de espacio con el lugar donde la vives.

La ciudad vivida

Emerjo en el centro de Madrid, al salir del metro en la estación Noviciado, es mi primera vez en Europa. El aeropuerto me pareció enorme, el viaje desde allá en metro implicó dos trasbordos y un rato de estudio del mapa del sistema.

Sin embargo, nada del otro mundo, es otro país, otro acento, otros olores, pero la misma ciudad. Unos africanos, que entre sí hablan lo que yo creo que es wolof, venden cinturones en alguna de las estaciones del metro, una niña y su madre van un par de pasos delante de mi, hablan en chino. Tengo la sensación de ver más mujeres con habib musulmán de las que veo en Colombia.

Madrid es más cosmopolita que Bogotá, más ordenada, con un sistema de transporte público con más cobertura. Pero una ciudad esencialmente la misma ciudad

Me gusta la arquitectura del barrio de Malasaña donde una amiga muy amablemente nos ha acogido. La ciudad es agradable, pero no es otra. Los mismos carros, los mismos celulares, las mismas marcas en tiendas casi iguales. La gente pegada de sus celulares igual que en mi ciudad, tal vez en algunas cosas tengan menos miedo y se sientan más seguros, pero están en la misma lógica consumista… es básicamente la mis ciudad.

Mis mayores miedos

Yo, por supuesto, no soy mejor que nadie. Puedo encontrar a los madrileños muy similares a los bogotanos porque no tengo Internet en mi celular y no me puedo pegar de él a chatear.

Pero la cosa es aún peor, sólo conté públicamente que venía a Europa una vez estaba en España. Viajé con el miedo que me iban a negar el acceso como le pasa al 2% de los colombianos que vienen por acá. La falta de solvencia es una de las principales razones para ese rechazo, Europa no quiere pobres, sino consumidores que vengan a por sus delicias y puedan pagarlas. Yo que pasé un semestre con muy poco trabajo no ando muy boyante, tengo los gastos del viaje cubiertos, pero nada más.

Quienes se enteraron del viaje allá en Colombia me encargaron cualquier cantidad de cosas, desde cualquier regalito hasta novios o novias franceses, alemanes, italianos o españoles. Sólo mis hijos que me conocen bien saben a qué atenerse: «papá, por lo menos vas a tener un repertorio de historias nuevas para contar».

Y dejo ahí para guardar una que otra pequeña historia para ellos.

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