Por décadas grité. Grité por los estudiantes, grité por el ambiente, grité por los trabajadores, por los indígenas, por las mujeres, por los ríos, por los derechos humanos, por la justicia. Grité mucho, pero callé.
Callé mi boca, callé mi cuerpo, callé mi vestuario, hasta mi indignación. Callé por miedo. Por cuarenta años evité cualquier tema que delatara mis dudas sobre mi identidad de género.
Siempre he sido revoltoso. Lo único revolucionario que he hecho es volverme marica.
No soy normal, nunca lo he sido y no me interesa serlo. Me cuesta trabajo encajar, siempre cuestiono, nunca me conformo. Sin embargo, la vida me ha bendecido, entre otras cosas, con muchos amigos. Me apena resultarles incómoda.
Para mis amigos “normales” soy un mamerto. De esos que se la pasan hablando de justicia, calentamiento global o equidad de género. De los que hacen preguntas incómodas en las fiestas y crispan los grupos de WhatsApp. Ni rosarios, ni retiros espirituales, ni llamados a la corrección política han logrado atemperar mi exasperante costumbre de cuestionar las sabias decisiones de las aplastantes mayorías.
Para mis amigos “diferentes” soy vocero del poder. No soy mujer, no soy indígena, ni afrodescendiente, ni siquiera he sido realmente pobre. No soy obrero, pero tampoco intelectual comprometido. Nunca he sido marxista, ya no soy anarquista y hablo de espiritualidad más de lo adecuado. Que use barba genera desconfianza en las trans. Que coma cadáver me hace sospechoso con los animalistas. Sentirme atraída por cuerpos femeninos pone en duda mi condición LGBT.
Algunos de mis amigos preferirían que callara.
De un lado se irritan porque descrea de la tradición. Se preocupan porque no entienda la importancia de la familia. Se molestan porque cuestione la propiedad.
Del otro, no parece que sea suficientemente radical, me acusan de no ser suficientemente trans o suficientemente femenina y hasta de ser una académica mestiza del sur blanqueada.
Pero el silencio no es una opción.
No pretendo hablar por nadie, ni tomar la vocería de nadie, sólo me gustaría compartir las inquietudes que me surgen. No tengo la menor idea de cómo salvar a nadie, ni sé cómo solucionar los problemas de los excluidos.
No pretendo imponer mi rareza. No creo tener las respuestas a los problemas de la familia, los negocios, la democracia o el desarrollo. Ya no pretendo tumbar regímenes, aunque siguen sin gustarme. Soy un completo ignorante en el arte de generar riqueza y prosperidad económica.
Tengo muy pocas certezas, pero muchas preguntas.
Me aburrí de gritar. También me aburrí de callar. Me aburrí de las burbujas para decir lo mismo. Fracaso con frecuencia en mi intento por escuchar la diversidad de voces, pero insisto en dialogar con quienes no me entienden. No me preocupa fracasar, lo que realmente me aterra es no intentarlo.