La semana pasada leí el libro Las cruzadas vistas por los árabes de Amin Maloof en la que hace una recopilación sobre la forma en que los habitantes musulmanes de las actuales Siria, Palestina, Egipto y otras zonas del «cercano oriente» vivieron las invasiones francas, que el nuestro idioma llamamos las cruzadas. El ensayo permite ver este proceso histórico desde una perspectiva diferente pero también plantea una serie de cuestionamientos a la forma en que entendemos el problema de Palestina y las relaciones entre «occidente» y el mundo islámico hoy en día.
Las cruzadas marcaron un punto de inflexión en la historia de lo que hoy llamamos la Edad Media. Hace casi mil años, miles, a veces cientos de miles de habitantes de Europa decidieron tomarse por asalto la «tierra santa», la zona en que según los relatos bíblicos habitó Jesús.
Desde la historiografía «occidental» hemos visto diversos análisis de la ese momento, desde la gesta gloriosa que aun reivindican ciertos sectores retrógrados de la iglesia en la que se muestra a los cruzados como nobles caballeros que se van liberar tierra santa motivados por la inspiración divina; hasta la materialista explicación basada en la necesidad de expansión del comercio y la producción, así como la escasez de tierras para muchos de los nobles.
Maloof se salta todos los análisis occidentales y se centra en la perspectiva que tenían los cronistas musulmanes de la época, lo que permite ver la misma «película» desde una perspectiva diferente.
Lo primero que se destaca es como los musulmanes de entonces, gente culta y civilizada ve llegar a unas hordas de bárbaros, muy buenas para pelear pero crueles y despiadados. Hay varios relatos que muestran que los cristianos se comieron a los habitantes de ciudades musulmanes después de saquearlas y asesinar. El saqueo, la violación de las mujeres y el sometimiento de las víctimas a la esclavitud fueron prácticas corrientes en la guerra, se podría decir que entonces y ahora si uno da una mirada a las consecuencias de las guerras que se libran actualmente sea en Colombia, en Iraq o Chad.
También llama la atención que el campo de los musulmanes no era tampoco un jardín de rosas, la dinastía selyúcida estaba dividida y la guerra civil era el mecanismo más frecuente para determinar la sucesión al trono, mejor dicho a cualquiera de los tronos. De otra parte el califato era una institución en decadencia que ya no tenía ninguna influencia política y muy poca religiosa.
El relato «estándar» de las cruzadas nos muestra dos bandos con intereses contrapuestos, cristianos y musulmanes, pero los grupos de interés eran muchos más y más complejos. Si bien los bizantinos eran cristianos, para muchos de los cristianos eran herejes, así como los musulmanes fatimitades del califato de Egipto eran herejes para los musulmanes sunies selyúcidas. Además hay que enfatizar que los musulmanes constituían una sola fe, pero varios pueblos, por ejemplo destaca el hecho que Saladino no era árabe sino kurdo, y los gobernantes selyúcidas eran turcos, así como los posteriores gobernantes de Egipto, los mamelucos provenían de cristianos armenios esclavizados. Pero además estaban montones de comuniades judías y cristianas de rito oriental, como los armenios, los coptos, lo cristianos sirios y otros que resultaban sospechosos para unos y otros, aunque se aliaban con algunos según las situaciones del momento.
Maloof concluye que aunque los musulmanes al comenzar la invasión eran una cultura más desarrollada, aprovecharon en menor medida el intercambio cultural que propiciaron las cruzadas. Mientras que los bárbaros europeos supieron llevar de las regiones invadidas no solo riquezas físicas sino conocimientos de todo tipo, desde cuestiones prácticas como la fabricación de papel, hasta conocimientos profundos en matemáticas, filosofía y otros.
El libro no trata el tema pero es sabido que las cruzadas llevaron a Europa postulados teológicos que llegaron a ser muy influyentes, como la herejía cátara que causó guerras en el sur de Francia. A los Templarios, que para occidente son los grandes héroes de esta gesta, la perspectiva árabe los deja como un peligroso grupo, pero apenas un grupo más.
Para mi la conclusión más importante es que las «religiones del libro» tienen en su centro, en su origen una violencia enorme que se muestra claramente en los 5.000 años de conflicto en Palestina, desde que se Abraham y sus descendientes se la tomaron por las armas, hasta el actual conflicto entre Israel y sus vecinos árabes.
Maloof hace una fuerte crítica a la forma en que los árabes han hecho de las cruzadas una frase de cajón para señalar todos los abusos que la «cristiandad» comete contra ellos y los acusa de haberse cerrado culturalmente a los aprendizajes que podían surgir del intercambio cultural. Este autor cree que el período de crecimiento de la cultura árabe se acabó con este proceso.
La otra reflexión importante que hay que hacerse es sobre la épica. La historia siempre ha sido contada desde el punto de vista de las guerras, las conquistas, las revoluciones. La voz de las mujeres, casi siempre víctimas de todo bando, tratadas como mercancía y botín de guerra. Tal vez la voz de los campesinos que terminaban siendo peones de cualquier señor que se apareciera en sus terrenos.