Es medio día del jueves y suena mi celular, es Enrique, está muy triste porque no pudo asistir a la cita para que la entrega de la carta a la Embajada Chilena en Colombia se hiciera sincronizada con todos los otros actos en otras ciudades. Decidimos que lo vamos a hacer el viernes. Más tarde nos llaman de Santiago, «no alcanzamos», explicamos «pero seguro mañana vamos».
El viernes de nuevo hay montones de trabajo y complicaciones pero decidimos escaparnos, atravesar la ciudad y llegar a la Embajada. Queda en uno de los sectores más custodiados, al frente de una gran avenida, unos metros más allá están unas grandes instalaciones militares, hace unos meses explotó en ellas una bomba, se dice que la puso una mujer que se habría infiltrado en las altas esferas militares. Al frente la embajada, está una de las sedes del DAS, la policía secreta de Colombia. En definitiva no es el mejor lugar para convocar un acto de protesta, Cecilia lleva una hora esperándonos, ya los guardias le han preguntado qué hace allí.
Llegamos hace calor, estamos afanados, queremos hacer las cosas rápido, pero también queremos ser efectivos. Recordamos que cuando estuvimos en la embajada holandesa dejando la carta contra ETI y en apoyo a Bolivia, la labor fue de mensajería, solo dejaron entrar uno, los demás esperamos, un funcionario recibió los papeles tras un vidrio blindado. puso un sello en la copia y listo… no queremos que acá nos pase lo mismo ¿pero que hacemos?
Un policía colombiano cuida la entrada, «¿A dónde se dirigen?», «Queremos hablar con el cónsul, comenta Enrique», en su pequeño bunker de cristal el celador quiere entender porque tenemos que entrar cuatro. «Yo soy chileno», lo increpa Enrique, «Y yo vengo con él», contesto yo. «También yo», dice Ángela, «y yo» afirma Cecilia. Logramos entrar después que dejamos nuestras cédulas de ciudadanía en la portería y apagamos los teléfonos celulares.
De nuevo un vidrio blindado y un grupo de funcionarios detrás de él. Algunas personas haciendo trámites. Mientras hacemos cola, tomo uno de los volantes que imprimimos con la foto de Patricia Troncoso y unas consignas que exigen su liberación, me acerco a la cartelera, despego un chinche de la cartelera y lo pego, encima de alguna notificación consular o algo así. Rápidamente vuelvo a la fila.
«En que le podemos servir, señor», dice la voz del otro lado del vidrio. «Quiero hablar con el cónsul», responde Enrique. «El señor cónsul no está, pero dígame ¿en qué le puedo ayudar?». «Nosotros somos humanistas y traemos esta carta para solicitarle al Gobierno de Chile que libere a Patricia Troncoso, la líder mapuche que está presa y a punto de morir en huelga de hambre». Un silencio repentino colma la sala a ambos lados del vidrio. Ángela, Cecilia y yo, rodeamos a Enrique. «Bueno señor, deme su carta», el funcionario la recibe y se va a ponerle un sello.
En ese momento se me ocurre una idea, voy a tomar una foto. No sé que puede pasar, pero me voy a arriesgar. Saco la cámara y deliberadamente elijo el modo que dispara tres veces el flash, no lo pienso demasiado, pero tengo claro que quiero que todos se den cuenta que estoy tomándola. El funcionario le entrega la carta a Enrique y en ese momento el flash inunda de luz todo el ámbito, se refleja y multiplica en el vidrio separador, otro segundo de largo silencio. El funcionario me mira con cara de sorpresa «es que quiero tener una prueba de que entregamos la carta, para publicar en nuestro web».
Salimos con una sensación extraña, la foto cambió el clima, pero empezamos a tranquilizarnos a medida que nos acercamos a la puerta de la calle. Casi estamos saliendo cuando se acerca un hombre delgado con el pelo muy corto y un marcado acento chileno. «Usted es el señor que tomó la foto». «Sí». «Verá Usted, acá es territorio chileno y yo soy carabinero. Usted no tiene permitido tomar fotografías». Acepto la situación, le muestro la foto y la borro delante de él. «Ustedes se ven buenas personas, no creo que vayan a usarla para poner un artefacto explosivo en la embajada, pero es la regla» se disculpa el carabinero. «Pueden tomar la foto afuera, allá se ve la bandera chilena». Aceptamos y continuamos nuestro camino, mientras tanto el carabinero ha dado la vuelta y aparece dentro de la cabina blindada del celador, le da algunas indicaciones y éste comienza a copiar datos de nuestras cédulas en un papelito. Me pongo nervioso, me veo en el aeropuerto de Santiago con un sello de expulsado la próxima vez que viaje.
Nos van a devolver las cédulas cuando vuelve a aparecer el funcionario que nos atendió en la puerta, lo acompaña otro hombre de ojos vivos y barba rubia. «Usted señor», dice señalándome, «puede venir por favor». Entro, mis compañeros me siguen. El hombre de barba se presenta, es el cónsul. Le pregunto porque me están tomando mis datos en la cabina del celador, «son procedimientos regulares, lo mismo harían en la embajada colombiana en Santiago».
Enrique en ese momento le pregunta al cónsul «¿tú eres el cónsul? El señor me había dicho que no estabas». «Yo no le dije eso» responde apresuradamente el funcionario. Cecilia, le afirma que ella es testigo, los demás apoyamos. El cónsul media: «hablemos de lo importante» nos invita. Pasamos a explicarle quienes somos y la razón de nuestra presencia ese día en la embajada, le manifestamos la gran preocupación que tenemos por la vida de Patricia. El cónsul nos explica que él se asegurará que la carta llegue a Santiago a la Cancillería, pero nos recuerda que «Chile es un estado de derecho y, por tanto, hay división de poderes y el ejecutivo es muy respetuoso de las decisiones del poder judicial».
Charlamos un rato con el cónsul, invita a Enrique a inscribirse en la lista de chilenos residentes en Colombia para que participe en la celebración de las fiestas patrias. Enrique va y se inscribe, al rato vuelve, el cónsul ha salido a traer su tarjeta. Pasa un rato y no vuelve, en ese lapso reflexionamos sobre la experiencia, Ángela nos llama la atención sobre la forma que Enrique y yo hemos usado, se pregunta si es en realidad no violenta, nos deja pensativos.
Un rato después reaparece el cónsul con su tarjeta y finalmente nos dejan ir, el celador nos pregunta los nombres y apellidos antes de devolvernos los documentos. Al salir el policía colombiano nos mira asombrado, «yo si pensé que estaba pasando algo grave» dice «ese señor nunca baja a atender». Tomamos un par de fotos contra el fondo de la embajada, cuidando que ni las instalaciones militares, ni las de la policía secreta quedaran en el foco. Le regalamos un volante con la foto de la Patricia al policía, le contamos la historia, «por defender sus tierras» comenta «que injusticia».
Al alejarnos muchas reflexiones surgen, nos damos cuenta que hemos logrado un nivel de control y una capacidad de hacer las cosas interesante, pero que aun es mucho lo que queda por hacer, sin el incidente de la foto, toda nuestra acción se hubiera limitado a un trabajo de mensajería, hubiera sido igual que enviar la carta por un servicio de courrier. La forma en que actuamos tuvo un mayor efecto, Enrique presionó para entrar esgrimiendo su nacionalidad chilena, yo tomé una foto en un sitio en que sabía que era muy posible que estuviera prohibido. Es casi seguro que el maletín con el que venía el carabinero fuera un arma, el gobierno chileno tiene nuestros datos y podría aplicar acciones represivas cuando intentemos ingresar a su territorio, no sé… pero en general el registro es haber logrado que pasara algo. En nuestra visita a la Embajada de los Países Bajos hace como un mes cumplimos con todos los protocolos, no rompimos ninguna regla y no pasó nada, nadie se enteró.
En medio del maremagnum de violencia que vive Colombia, se ha convocado una marcha ciudadana de rechazo a la guerrilla de las FARC para el próximo 4 de febrero, seguramente millones saldrán a las calles. En todas las grandes avenidas se ven vallas con invitaciones al evento. Algunos humanistas hemos criticado que solo se denuncie la violencia de uno de los bandos y se olvide que cada uno se justifica en el contrario. Otros han criticado lo poco efectivas que son las acciones noviolentas, «¿se hace la marcha y qué? dicen. La violencia siempre parece más efectiva que la noviolencia. A mi modo de ver hemos desarrollado muchas herramientas para el manejo de la noviolencia en el nivel personal,algunas en el nivel interpersonal, pero (al menos yo) me siento muy pobre términos de herramientas para una acción política noviolenta. Es urgente que hagamos el curso de la noviolencia activa…
¿Cómo aplicar principios como el de no oponerse a una gran fuerza en momentos como este? ¿callando? ¿siguiendo el conducto regular? ¿hay que pedirle una cita al embajador primero? ¿Esperar días o semanas a que le den a uno la cita? ¿Es violento entrar en la embajada insistiendo en la necesidad de hablar con una persona? ¿es violento tomar una foto en un sitio en el que está prohibido? ¿Romper algunas reglas fue un método que hizo que pasara algo en esta ocasión? ¿valió la pena?