Picadito

Tengo que aceptarlo, me dejó «picado» la nota de mi amiga Carolina Arévalo sobre los «mamertos» del fútbol, pero no porque critique mi repulsión al deporte, sino ante todo, porque me llama mamerto. Su columna, ligera y rica de leer, deja sin embargo un leve saber a discriminación, que estoy seguro la autora no pretendió darle, pero ahí está.

Mi amiga la profesora Carolina Arévalo es una mujer hermosísima, joven, vital y muy inteligente. He tenido el honor de su compañía durante los últimos tres semestres en que ambos hemos sido docentes de comunicación social en Uniminuto, Soacha. En medio del festejo del triunfo de un equipo colombiano en Chile me enteré que ahora también es columnista en un sitio que se llama la Oreja Roja y se estrenó con una columna que se llama Los mamertos del fútbol.

Asumo que yo hago parte de la larga lista de esas molestas personas que a lo largo de su vida han disentido de su afición por el balompié. A mí no me gusta el fútbol, nunca me ha gustado. Mis compañeros de colegio tal vez aún recuerdan, que cuando armaban equipos en clase de educación física (que era el único momento en que me obligaban a acercarme a la cancha) nadie quería tenerme en el suyo, la mezcla de torpeza y apatía que me caracterizan eran razón suficiente para dejarme de lado. Soy un bicho raro, lo acepto, mi papá por décadas fue jugador aficionado, mi hermano ve los partidos como la gente normal, mi hijo y mi hija saben que nunca habrá un plan de ir a ver un partido conmigo, pero también que han podido ver y jugar todo el fútbol que han querido. Yo no consumo fútbol, pero tampoco me preocupo mucho por hacer proselitismo del tema.

Esa historia que Carolina ya ha oído, es la que sospecho me convierte en un «mamerto» del fútbol. Título del cual sólo me molesta el término mamerto. Para que se entienda la molestia quiero usar un ejemplo un tanto cruel. Carolina es vegetariana, hemos hablado mucho del tema, hemos comido juntos algunas veces e incluso he cocinado con ella y para ella y otros docentes un par de veces. Llevo meses leyendo e investigando sobre el tema del vegetarianismo y del animalismo (y espero publicar pronto) son unas propuestas que me llaman mucho la atención y se conectan con mi tradición ambientalista, con las que sin embargo encuentro algunas diferencias importantes, pero nunca se me ocurriría llamar a Carolina una «mamerta de la alimentación», obviamente esa no es la discusión, ni la forma. Fin del ejemplo.

Mamerto no es ningún insulto, de hecho, sólo en Colombia tiene alguna acepción diferente al de ser un nombre de origen germánico como Alberto, Roberto, Gilberto o Humberto. Hace como 20 años en el Aeropuerto de Santo Domingo, nos recogió un amigo de nombre Mamerto, él había estudiando en Medellín y sabía lo que implicaba su nombre en Colombia, pero en el resto del mundo no le preocupaba. Supongo que Mamerto nació el 11 de mayo, día que el santoral consagra a San Mamerto de Vienne.

Conocí la palabra como calificativo en la Universidad Nacional, se usaba para denominar a los miembros del Partido Comunista, ni siquiera a todos los comunistas, sólo a los del Partido. En mi paso por la Universidad tuve amigos de muchas tendencias dentro de la sopa de letras de la izquierda, pero nunca mamertos. Siempre me mantuve a prudente distancia de ellos, me parecían autoritarios, incoherentes, traicioneros: estalinistas. Ellos se veían a sí mismos como organizados, disciplinados y con vocación de poder. Las FARC son el colmo del mamertismo, esa misma ideología pero en versión armada. Mis amigos de otras corrientes políticas solían prometer: «primero muerto que mamerto».

En esa época, finales de los ochentas, alguien me contó que el término había surgido cuando en algún momento el Comité Central del Partido Comunista quedó integrado por el reconocido investigador Gilberto Vieira y dos se sus copartidarios de nombres Alberto y Mamerto, luego se empezó a llamar a los tres mamertos y después a todo el Partido. Sin embargo en este blog encontré una versión un poco diferente e incluso encontré una versión mamerta de la historia en el periódico mamerto por excelencia: Voz.

Años más tarde, cuando ya trabajaba en ONG ambientalistas, recuerdo que un compañero, descubrió que se estaba usando el término como sinónimo de izquierdista: «Ahora somos todos mamertos», dijo con infinita decepción.

Más recientemente la palabreja se ha empezado a usar con diversos significados: izquierdista, revoltoso, inconforme, molesto, confuso, cínico, torpe, estúpido, lerdo, intelectual, intelectualoide, sagaz, inmoral, habla-mierda… en fin una cantidad de acepciones, que incluso pueden estar en contradicción unas con otras, pero que sirven de comodín para descalificar cualquier cosa.

Dice Fernando Savater (la antípoda de un pensador mamerto) que los jóvenes de los años 60s y 70s se preocupaban más por los problemas políticos y que podían dejar la moral a un lado, si era necesario para alcanzar los fines políticos. Pero cree que los jóvenes del final del siglo pasado y comienzos de éste (como su hijo Amador) están más interesados en los temas morales y «pasan» de la política, como dicen en España. Creo que al menos en este punto Savater tiene razón. Siento que el término «mamerto» se usa para decir algo es demasiado político y tal vez no muy moral.

Pero quiero volver al tema de la columna de Carolina usando una cita bastante mamerta: «La crítica debe hacerse a tiempo; no hay que dejarse llevar por la mala costumbre de criticar sólo después de consumados los hechos». Mao Zedong. La saco precisamente de la primera plana del sitio donde Carolina escribió.

La columna es un gran esfuerzo de Carolina por mostrar que se comporta como una persona normal, que sufre y goza con los partidos y compra lo que hay que comprar. Y pide con timidez que los desinteresados en el tema no la jodan, puesto que ella es una buena persona que también se preocupa por los temas sociales y políticos del país, de su prójimo, de su vida.

En el destacado de la columna se pregunta ¿Qué necesidad hay de criticar a alguien sólo porque no le gustan las mismas cosas que a mí? Lo que me parece una excelente pregunta. En especial cuando las personas criticadas son una ínfima mayoría que discrepan de lo que las grandes mayorías hacen en un tema, con ninguna capacidad de aguar la fiesta.

Claro la democracia se basa en hacer las cosas según los intereses de la mayorías, ya antes en este sitio, me había preguntado cuál es el número que hace muy pequeña a una minoría para no ser tenida en cuenta. La mayor parte de la humanidad ama el fútbol y en su estreno como columnista la profesora Carolina logra demostrar que está en el mainstream y que no soporta a los desadaptados que critican sus sanas prácticas.

En los años 60s y 70s, los jóvenes fueron tan estúpidos que estaban dispuestos a morir (o matar) por hacer la revolución y cambiar el mundo. Cada día conozco más casos de jóvenes contemporáneos que están dispuestos a morir (o matar) por una camiseta. Lo preocupante es que le camiseta, la bandera, los guayos, las transmisiones de televisión, las cervezas, los tragos y hasta los «cucos» tricolores que compra la profesora, son artículos de consumo que mueven uno de los negocios más grandes del mundo. Un negocio que mueve al menos 19 mil millones de euros al año, manejados por un cartel corrupto y corruptor: la Fifa.

Eduardo Galeano, en su libro “El fútbol a sol y a sombra” hace un recorrido por la paradójica situación de este deporte, criticado por los intelectuales, amado por las masas, manipulado por el poder, subvertido por los jugadores. El libro es la herramienta perfecta para que los mamertos se sientan tranquilos siendo críticos con el mundo que los rodea, pero disfrutando el balompié.

Entender las cosas en términos de paradojas abre el espacio a la inclusión del otro, nos obliga a entender el mundo como un escenario complejo donde diversos poderes, intereses, sueños, acciones e intenciones, sin descalificar de antemano a ninguno, pero siendo crítico con los factores que generan injusticia, odio, represión, exclusión. Eso es lo que llamo acción política noviolenta y que permite superar la lógica simplista mamerta en la cual la contradicción solo puede ser superada por la violenta imposición de una de las partes en conflicto.

A lo largo de mi vida, no ser aficionado al fútbol ha sido usado para probar que soy antisocial, homosexual y ahora mamerto. Este escrito no pretende demostrar nada en especial, solo ayudar a profundizar la reflexión que plantea Carolina desde el punto de vista del que está al otro lado de la cancha, una especie de juego amistoso, para ponerlo en términos futboleros.

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