Desde el pasado 24 de junio, la Alcaldía Mayor de Bogotá adelanta un taller de escritura en el que 20 personas de los sectores sociales LGBTI comienzan el camino de recabar en su memoria para dar cuenta de su realidad. Durante 15 sesiones de formación, Fernanda Trías, Álvaro Robledo y Juan David Correa guiarán a las personas asistentes. Aquí el primer texto de dicha experiencia. La autora es Silvia Forero, una mujer trans.
Soy el verbo curiosear. Leer algo como parte del trabajo, de repente quedarse pegado de una idea, de una frase. Desde ahí empezar a buscar, encontrar información maravillosa sobre temas que no tienen que ver con lo que estaba haciendo y después de un rato, que nada tiene que ver con mi deber, sentirme culpable por el tiempo perdido. Soy el verbo procrastinar.
Si fuera una dirección, sería como el rumbo desconocido de las noticias de judiciales. Tener acceso a la web es cometer el crimen de dispersarse, es comenzar a buscar un nombre que no sabes por qué lleva horas resonando en tu cabeza y terminar leyendo la historia de los pueblos turcos del centro de Asia. Es empezar a buscar porno trans y terminar emocionado con la teoría de la interseccionalidad que conecta las diversas formas de la exclusión y el poder. Tal vez sea una dirección IP, perdida en la red.
No sabría ser un adjetivo. ¿Cuál? Uno que me califique a mí: ¿gordo?, ¿torpe?, ¿hablador? Bueno, lo de gordo es ya solo una añoranza. Tal vez hablador sería el adjetivo que mejor me calificaría, aunque, quién creyera, paso la mayor parte de mi tiempo en silencio, en mi casa, no oigo música, no veo televisión, no oigo la radio. Estoy mucho tiempo al frente de la pantalla del computador, y cada vez más frente a la del celular, de vez en cuando al frente de algo impreso y otros ratos solo meditando, a veces con algún método, la mayor parte, solo pensando. ¿O debería ser un adjetivo con el que yo califique al mundo, a la vida, a los demás? Bueno, eso sería algo como entrometido. No, mejor soy el adjetivo flaco.
Si pienso en ser una sensación, lo primero que me llega es la sensación de incomodidad, de piquiña, que produce mi presencia con mi expresión de género ambigua. Voy en TransMilenio, alguien ve una mano muy femenina con las uñas pintadas, sigue el brazo y encuentra una cara con barba (a veces también con maquillaje), ropa y accesorios, ambiguos. Lo hago para poner a pensar a la gente en su propio género, en que todo género es literario, un cuento que te echaron cuando estabas muy chiquito y (con frecuencia) te lo comiste completo. Lo hago para incomodar, soy una sensación de incomodidad…
Es muy difícil pensar qué quiero ser si soy un material. Por un lado, me gusta la idea de ser el barro con el que se moldean formas de la nada, ese barro que hace de las manos creadoras, diosas, capaces de poner en la creación lo mejor –o lo peor– de uno mismo. Pero, por otro lado, me gustaría ser algún material nanotecnológico, de esos de ciencia ficción, un material que me permitiera ser una especie de Tiresias cibernético que pudiera a su antojo convertirse en hombre, en mujer o en otra cosa. Materialmente, no sé qué quiero ser.
¿Y un movimiento? ¿Un movimiento de qué? ¿Un avance continuo? ¿Hacia dónde, para qué? ¿Un movimiento desesperantemente mecánico, rítmico? ¿Un termodinámicamente imposible perpetuum mobile? ¿O un movimiento suave, humano, rítmico pero creativo? Como cuando uno, ignorante del sentido real del arte, ve los practicantes de tai chi, escarbando el aire a su derecha y a su izquierda, como buscando alguna invisible flor que haya que tomar con mucho cuidado. Tal vez un movimiento sinfónico, como el primero de la Quinta de Beethoven. No, muy cliché. Definitivamente no sabría qué movimiento ser… tal vez mejor un movimiento social.
Negro. Claramente sería el negro si tuviera que ser un color. Fuerte, elegante, seductor, sensual; símbolo del anarquismo, con el que aún me siento muy ligado (bueno, también del satanismo y el fascismo y el Estado Islámico). Pero, un momento, el negro no es color, es la ausencia total de colores. Debería escoger otro color, pero cuál. ¿Tal vez uno con significado político? Como el verde ambientalista, el naranja de los humanistas con quienes he estudiado la noviolencia o el fucsia de lo trans. Tal vez mejor una bandera arcoíris, como la wipala indígena llena de diversidad de todo tipo. ¿O tal vez debería ser más preciso el tema, debería definir exactamente le color que quiero ser? ¿En qué espacio de color? ¿RGB? ¿CMYK? (¿y no que el negro no era color?) ¿Tal vez un Pantone? Algo más preciso como un verde #207446, o un naranja #E17325 o un fucsia #FF009F. Esto de ser color es muy complicado, mejor no soy un color, soy una policromía, un arcoíris.
¿Y si soy una película? ¿Yo una película? ¿Mi vida una película? Hace unos años hubiera sido una mezcla de cine muy activista, tipo Michael Moore, con alguna gaminada muy colombiana, como de Víctor Gaviria. En otro momento tal vez una aburridísima sucesión de diálogos, como una de esas películas de Woody Allen, donde siempre hablan y hablan al frente de estanterías repletas de libros. Aunque más recientemente sería una de Almodóvar, donde una trans representa a una cis, y una cis a una trans, y en sentido inverso y al contrario, tal vez tendiendo cada vez más a una película de Lana Wachowski, donde ser trans es apenas parte de las condiciones que las personas tienen en la vida. Qué rollo.
Soy la contradicción, soy el hombre que es mujer, soy la mujer que es hombre. Soy como la yuca brava, el alimento que es veneno, el veneno que es alimento. Soy la ciencia que reconoce la fe, la religión que se basa en la razón…
La contradicción me mete en la lógica de la violencia, me rompe, me ha partido en dos toda la vida. Llevo años intentando superar la violencia y la contradicción, buscando la coherencia entre lo que siento, lo que pienso y lo que hago.
Y fue precisamente esa búsqueda la que me permitió darme permiso de ser yo misma, de explorar mi feminidad y descubrirme como Silvia, para mí y para el mundo.
No soy yo la contradicción, es un sistema que rompió a los seres humanos en dos poniendo un abismo en el medio, “en esta esquina los hombres y en la otra las mujeres”… La contradicción es un sistema que partió el conocimiento en dos haciendo de la fe y la razón enemigas… La contradicción es la violencia que todo lo quiere calificar como bueno o como malo, como amigo o enemigo, como hembra o macho, como blanco o negro, como alimento o veneno, como emocional o racional. El binarismo es la justificación de todas las violencias por la vía de la contradicción y de la dialéctica.
Soy la paradoja, no dejo ser hombre, pero me enriquezco siendo mujer. Soy como la yuca brava, que te puedo matar, si me comes cruda, pero si me pones intención y trabajo soy tu alimento. Soy como el tabaco, que te puede enfermar o te puede matar, pero también te puede proteger, curar y mostrar los caminos de la sabiduría. Soy como el fuego que te da calor, tiempo, palabra, alimento, poder, pero también te puede quemar. Soy dos espíritus.
Publicado originalmente en la Revista Arcadia DIEZ-2 2017
Soy Germán Bustos en su versión femenina. Sé que no soy una mujer, pero es mi forma humilde de reconocerme del lado de mitad de la humanidad que nuestra sociedad ha excluido. Ser Silvia es mi forma de estar del lado de las mujeres, de reconocer mi preferencia por muchas de las formas y roles sociales que tradicionalmente se las han asignado. Solo hasta que empecé a explorar mi lado feminino puede contectar de verddad con mi cuerpo