[Actualización del 8 de abril]
Cuando escribí esta nota, hace un par de días sabía que iba a molestar a más de una persona. Eso ha ocurrido.
Dejo la nota casi igual a la original más abajo. He quitado los nombres propios de las personas, porque alguien dijo que al nombrarlas pongo en peligro su seguridad personal y ese no es mi interés. Obviamente para quien lea ahora, sin esas precisiones la nota no es más que una queja en abstracto.
Hablé con dos de la personas que mencioné, ambas estaban indignadas por lo que dije. Me recordaron que las condiciones de trabajo en el Distrito son muy complejas y que no les sobra el tiempo, también que ellas tienen la libertad de hacer lo que les plazca con su tiempo libre. Igualmente, me recordaron sus duras historias personales, los fuertes problemas y las múltiples violencias que han tenido que atravesar a lo largo de sus vidas. Me acusaron de hacer un escándalo que las revictimiza, de tener más privilegios que ellas, por ser una persona trans no binaria. Además, me señalaron de estar intentando arrebatarles su liderazgo en el trabajo social, cuando yo no lo tengo.
Ya en la nota original explicaba que no soy, ni me interesa ser lideresa trans, que llevo muy poco en este movimiento y que mi intención no era desconocer ni la historia, ni las capacidades, ni la importancia que estas personas tienen. Reconozco que la publicación de la nota fue un poco abrupta, y tal vez debí hablar con ellas antes de mandarles la nota ya publicada, pero en todas sus reacciones no encuentro respuesta a la inquietud que motiva esta publicación.
Las personas que integran el “sindicato de trabajadoras y trabajadores trans del Distrito” son, sin lugar a dudas, profesionales capaces, personas que han tenido que luchar muy duro en su vida y que lo siguen haciendo, muchas han sido víctimas de muchas violencias y las condiciones de su trabajo son precarias, en cierto sentido. Ser contratista del gobierno de la ciudad es algo muy complicado, pero también es cierto que, a pesar de todas las dificultades, un profesional que trabaja con la alguna entidad de la Alcaldía gana un salario mejor que el del 80% de la población colombiana y ni hablar si se compara con las condiciones de la población trans.
Estas personas han logrado algunas cosas, probablemente muchas más de las que yo conozca, que ayudan a otras personas trans de la ciudad y es importante que le aporten al gobierno local la perspectiva de nuestra población.
El problema, intento explicarlo de nuevo, es que ellas y ellos tienen un conflicto de intereses. No siempre las metas y las necesidades de las personas de la población trans coinciden con las necesidades, los objetivos y los recursos de las instituciones donde trabajan. Lo que me di cuenta en estos días y ejemplifico en el texto de más abajo es que en esos momentos, los activistas/funcionarios se convierten en los voceros en la mesa de las personas trans que no puede asistir a todas esas reuniones. Son personas que además cuentan con acceso a información privilegiada, por estar en ambos lados. Las decisiones de gobierno son tomadas entonces por elles mimes, sin considerar a sus bases sociales, eso fortalece su liderazgo y deja más rezagadas a las personas que no tienen esa condición, eso es la cooptación del movimiento.
Las personas que asisten a actividades y espacios que funcionan gracias a los recursos públicos, terminan entonces siendo apenas estadísticas útiles para el cumplimiento de las metas que los/as funcionarios/as y los/as activistas acordaron, pero como son las mismas personas, volvemos a principio.
En lo personal, no estoy buscando trabajo como funcionario y no tengo ningún interés en liderar nada, pero tampoco quiero ser un idiota útil para que las personas que juegan con doble camiseta se perpetúen en esa condición. Por eso renuncié a Memoria Trans y por eso me doy cuenta que estoy vetado de usar algunos espacios públicos.
[Este es el texto original, omitiendo los nombres de las personas]
Una de las cosas más complicadas de asistir a reuniones en espacios del gobierno de Bogotá es llenar un complejísimo formulario: escoger entre cuatro opciones de estado civil, dos de sexo, no sé cuántas de género y de orientación sexual. No sólo es complicado porque tienes que mirar la guía para llenarlo, sino porque a mí me pone en apuros ontológicos. ¿Quepo en ese estrecho marco de categorías? ¿Cómo se describe mi condición? ¿Tengo que definirme por alguna de las categorías estrechas que me ponen?
Aunque no conozco la historia específica de ese formulario, puedo asegurar que apareció en el marco de las políticas de inclusión que el Distrito Capital ha venido implementando en las últimas décadas. Obviamente es mejor que simplemente preguntar hombre y mujer; ayuda a que se visibilicen muchas identidades y procesos sociales, pero mete en apuros a quienes, como yo, seguimos explorando y dejamos de creer en identidades fijas y normalidades.
Buena parte de los logros de las políticas de inclusión, en especial de la Política Pública LGBT de Bogotá se lo debemos a personas que son al mismo tiempo funcionarios de entidades distritales y activistas por los derechos de las poblaciones LGBT.
En las últimas semanas he llegado a una comprensión que me tiene muy preocupada con respecto a estos activistas/funcionarios que han tenido un papel decisivo en el desarrollo de las políticas públicas.
El jueves 31 de marzo, estuve en el CAIDS Sebastián Romero, de Teusaquillo, en un evento titulado diálogo social, donde iba a participar la bancada diversa del Concejo Distrital. El evento comenzó con un discurso de hora y media de una de las más reconocidas activistas/funcionarias de la población trans, que resultó especialmente esclarecedor. Después de una larga petición de aplausos para personas representativas de la comunidad trans (casi todas ausentes), se centró en pedir aplausos para las y los funcionarios trans, casi todos presentes, y sentí que se desgajó entonces el pliego de peticiones de un sindicato. Lo curioso es que no mencionó a personas muy jóvenes que también trabajan o han trabajado para el Distrito. Parecía el pliego de peticiones de quienes llevan años en el Distrito y aspiran a seguir. Cuando finalmente terminó su intervención, la presentadora del evento, la también activista/funcionaria, empezó por decir que los concejales tendrían un límite de tiempo y dijo: “La primera pregunta que el movimiento social trans les tiene es…”
En ese momento abandoné el auditorio, con una extraña combinación de sentimientos. Por un lado, siento que estas personas han sido claves en algunos avances importantes para las personas trans y eso es muy respetable, pero también sentía que lo que fueran a pedir ahí no había sido consultado conmigo, ni con la pequeña organización trans, en la que he participado en los últimos meses, la pregunta podría ser pertinente, la petición muy válida, pero el hablar en nombre de todas y todos, para mi gusto, le hace perder legitimidad.
El pasado sábado 2 de abril, la Batucada Trans, un grupo musical que ensaya en el CAIDS fue agredido en el Parkway, después llegó la policía y se puso del lado de los agresores. El martes 5 de abril hubo, de nuevo en el CAIDS, una reunión para discutir el tema en la que terminé colándome.
Era básicamente una reunión entre funcionarios de diversas entidades del Distrito, aunque algunas personas asistieron a nombre propio como miembros de la Batucada y víctimas de la agresión. Había unas veinte personas y tal vez menos de cuatro que sólo éramos de la sociedad civil. Fue una discusión muy interesante, se hicieron algunos acuerdos sobre el curso de acción institucional a seguir, y en el intermedio se validó una decisión de las personas que integran la Batucada de hacer una acción el próximo sábado. Es una actividad de la sociedad civil, pero con el apoyo de la institucionalidad y fue fácil de coordinar porque buena parte de las personas tienen un pie en el lado institucional y el otro en las organizaciones de la sociedad civil.
Hasta donde yo entiendo no hay nada ilegal en esto. Ser funcionario/a público no implica perder los derechos sociales, no son actividades proselitistas así que no es participar en política y buena parte de las personas que estaban en la reunión con la camiseta institucional estaban actuando dentro de la misionalidad de su institución y los términos de sus contratos. Así que no creo que haya nada de ilegal.
Sin embargo, como movimiento social la cosa es más complicada. Las personas que tienen el rol de funcionarios al final están siendo pagadas por participar en estos escenarios y tienen una ventaja sobre quienes no tienen (o tenemos) el tiempo, las condiciones y los conocimientos para hacer parte de ellos.
Hubo un momento muy curioso en la reunión, varios funcionarios estaban proponiendo actividades para realizar en el marco del plantón del sábado 9, hasta que alguien en un momento de lucidez, les recordó que la actividad es una propuesta de la sociedad civil y que la acción de las entidades públicas debe limitarse a brindar las garantías necesarias.
Hacer esa distinción en ese momento fue muy sensato. Creo que le ayudó a algunas de las personas que participaban a recordar que los dos roles que tienen son diferentes y que no pueden hablar mezclándolos.
Hoy miércoles 6 de abril, día en que escribo este texto, tuve un nuevo campanazo de alerta. En el grupo de coordinación de Memoria Trans, se anunció que había un cambio en el horario de la actividad del sábado. Cuando pregunté por qué, me explicaron que la razón era que la coordinadora del CAIDS Sebastián Romero y al tiempo directora de la Escuela Trans y la Batucada Trans, lo había decidido eso por razones de seguridad.
Ella es una mujer muy inteligente y está bien informada, le pone pasión a lo que hace. Seguro que tiene muy buenas razones para hacer ese cambio. ¿Pero es la forma? ¿Es ella quien toma esas decisiones? ¿Las toma como activista trans o como funcionaria del Distrito? ¿En qué queda el movimiento social cuando las decisiones son tomadas por funcionarias? ¿Qué tipo de sociedad civil podemos fortalecer si sólo las personas que tienen un cargo en el estado pueden tomarse el tiempo para discutir y proponer acciones?
Tengo mucho respeto por los y las activistas/funcionarios que trabajan en entidades como la Secretaría de Integración Social, la Secretaría de Salud, el Instituto Distrital de la Participación o la Personería Distrital, entre otras entidades, quienes han contribuido a la gestación del movimiento social trans y la generación de políticas públicas incluyentes.
Sin embargo, quiero invitar a estas personas y todas aquellas que se sienten parte del movimiento social trans a pensar formas de potenciar nuestro movimiento que no impliquen un liderazgo desde la institucionalidad, a buscar mecanismos que eviten la cooptación de los procesos sociales en función de las metas de las instituciones y los contratos.
No tengo idea de cómo se puede hacer. Hay fenómenos similares en otros movimientos sociales, pero siento que en el movimiento trans es mucho más fuerte, porque no hay organizaciones de la sociedad civil y las pocas que logran consolidarse desplazan a su base social, como sucedió con la Fundación GAAT apenas tuvo éxito.
Confío en la madurez política, la solidaridad con sus pares y el profesionalismo de las personas que cumplen este doble rol de activistas y funcionarios/as. Sin embargo, para evitar que mis compañeras en Memoria Trans tengan que afrontar las consecuencias de mis actos y mis opiniones he decidido dejar ese proceso a partir de la fecha.
Si en los próximos días se empieza a poner en duda mi condición como persona con experiencia de vida trans, mi compromiso y trabajo con la población trans o incluso mi honradez, entenderé que esta ha sido una nueva batalla perdida en el camino del activismo, no sería la primera vez y seguro que tampoco la última.
Obviamente mi aporte al movimiento trans es escaso, apenas hace seis años que estoy participando de acciones, mi salida del closet implicó perder mi empleo como docente universitaria y pasé un año hospitalizada cuando tuve cáncer, además he tenido mucho temores y dudas sobre el camino que quiero tomar, ando experimentado diversas formas de presentarme ante el mundo y cada vez me convenzo más que no hay personas normales y me cuesta encajar en las normativas.
No tengo ni la trayectoria, ni la experiencia, ni el conocimiento del movimiento de ninguna de las personas referidas, pero no estoy diciendo nada que requiera saber más, no es nada personal contra nadie, es una reflexión para el conjunto. ¿Podemos seguir siendo un movimiento cuyas cabezas dependen de salarios oficiales?