«El Corazón de la Tierra, Yaigojé Apaporis» es un documental sobre las comunidades indígenas de ese río y la forma en que vienen articulando su conocimiento ancestral con el conocimiento del poder para generar acciones de gestión de su territorio. Además de ser una muy interesante reflexión en sí mismo, este trabajo conecta con varios temas del momento en Colombia como la defensa del territorio y la relación entre fe y política
Muy interesante este documental de las autoridades tradicionales del Yaigojé, Apaporis; para mambearlo lentamente. Esta gente, la gente del Apaporis, gente de la yuca brava, el ambil, el mambe, gente del pensamiento que camina, que reconoce el territorio y se reconoce en el territorio.
Lo veo el mismo día en que leo un homenaje a Sofia Müller, a manos de Salud Hernández, que me hace preguntarme por dos modelos diferentes de relacionarse con las comunidades indígenas. Éste, el que los evangeliza rompiendo con sus tradiciones y demeritando su conocimiento. El anterior que construye conocimiento conjunto, que reconoce el saber y la autoridad ancestral.
No es extraño que Hernández, clara representante de la derecha, haga este homenaje a la evangelizadora justo ahora en que desde esa postura política se está recurriendo al «salafismo» cristiano para echar atrás los avances precarios de nuestra democracia en construcción, como ya lo había discutido.
En el Guainía descubrí que el pastor que me alojó en su casa los 15 días en que estuve haciendo el curso allá, era también un conocedor tradicional, una persona que había seguido el camino del conocedor curripaco, basado en el conocimiento de los venenos del río. Al final supe que el triunfo de la Müller era externo, que en el interior los curripacos seguían siendo los mismos guerreros, hacedores de ralladores de yuca y expertos en curare.
En las ciudades tenemos una visión muy sesgada de los indígenas, unas veces los queremos ver como piezas de museo congeladas en el tiempo, como parte de la decoración de los exóticos lugares que habitan. Otras veces, se nos sale el ancestro invasor y sólo los vemos como personas inferiores, brutos, tramposos.
Pero cuando uno está con las comunidades se da cuenta que son gente, como toda la gente hay algunos más agradables, unos más serios, flacos y bajos, gordos y delgados. Como toda la gente.
A lo largo de las últimas décadas y en especial desde la Constitución del 91, los indígenas han aparecido como protagonistas en el escenario político nacional. Al interior tienen muchos debates sobre la forma y los propósitos, pero es una discusión de ellos.
Los he visto en sus territorios, trabajando para comprenderlos, combinando el saber ancestral con las más avanzadas tecnologías eurocéntricas: el GPS y el tabaco para ubicar lugares sagrados, el mambe y computadores para hacer cartografía social.
Es un diálogo difícil, donde hay fundamentalismos de lado y lado, pero los sabedores indígenas han sabido encontrar la forma de juntar el saber tradicional con la ciencia occidental. Siento que más trabajo les cuesta a algunos puristas del método científico, sobre todo porque ven la ciencia como un mecanismo colonial, un poder superior.
Lo irónico de esta situación es que ese desprecio de los fundamentalistas del pensamiento crítico pone en el mismo plano a los conocedores indígenas y a los integristas cristianos (también podrían ser musulmanes, o judíos, pero, por ahora, por acá solo se roban el show, los cristianos de todas las denominaciones).
En el espacio político también se podría considerar a las comunidades indígenas y a las cristianas un plano similar. Ambas usan conocimientos ancestrales y apelaciones a lo sagrado para intentar construir política pública. Los indígenas se atienen al conocimiento escrito en el libro viviente de la tierra, los cristianos traen sus biblias.
Sin embargo, esa aparente igualdad se desvanece si se mira más de cerca. Los indígenas no están intentando imponer al conjunto de la sociedad sus códigos morales, sus prácticas religiosas o sus criterios de los sagrado, de los cuales podríamos aprender mucho más de lo que creemos. Es un conocimiento milenario pero que dialoga y se involucra con la situación actual, con las necesidades reales del territorio pero también con lo que aprende de otras cosmologías: sincretismos, diálogos culturales, mucho más.
Del otro lado, ese pequeño sector de los cristianos que pretende saber más y tener la verdad revelada, se aferra a un conocimiento estancado y dogmático para buscar imponer, sin escuchar, sus códigos morales y sus prácticas de fe. Es importante insistir en que es un pequeño grupo dentro de una enorme comunidad mayoritaria en este país.
El reto de construir democracia, de hacer valer los derechos humanos, como construcciones seculares y siempre posibles de mejorar, consiste precisamente en que podamos hacer un espacio en el que la diversidad de voces que componen nuestra sociedad pueda expresarse, donde la ley surja del consenso y no del pecado de un grupo. Es una tarea muy complicada, pero los indígenas nos muestran el camino.