Lo confieso: soy un egoísta

Hace unos días una amiga y yo hablamos de muchos sueños, ideas de ayudar a otras personas y muchas otras cosas. El día que teníamos el compromiso yo no cumplí, porque me sentía mal, mi amiga tomó unas decisiones y me dijo unas cosas que me hicieron pensar mucho. Decidí que en vez de mandarle un mensaje de respuesta (mi idea inicial) iba a publicar mi reflexión sobre sus comentarios, porque creo que es una forma de no quedarme en una discusión personal, sino pensar en voz alta sobre mis propios errores y los problemas que tengo para relacionarme con las personas.

«Te escribo para agradecerte tus sabias palabras de hoy. Me cuesta mucho aceptarlo, pero tengo que darte toda la razón. Aunque no estoy seguro de cuál es la conexión que haces entre el proceso de solidaridad al que decidí no ir hoy y mi propuesta de que me acompañes en un emprendimiento.

Te cuento que no fui hoy, por una parte, para no darte el disgusto de verme y por la otra, para no tener yo el disgusto de ver a los politiqueros que amenazaron con ir.

Tienes toda la razón en cuanto a mis emprendimientos, mi ego está muy metido ahí, me aterra perderlos, desnaturalizarlos, que se vuelvan algo diferente a lo que yo pensé. Asociarse con otras personas es siempre tomar el riesgo de que le pongan otro tono, otro enfoque, es correr el riesgo que se dañe el «espíritu» del proyecto que uno pensó, aunque a lo mejor eso implique hacerlo más efectivo o eficiente, o mejor en alguna forma, pero igual mi ego tiene resistencias.

Se parece al miedo que le da a uno con los hijos, uno quisiera que no sufrieran, que fueran lo que uno soñó, que lo quisieran a uno, pero no. Crecen y se mandan solos, deciden estudiar lo que se les da la gana, lo quieren a uno «a su manera», pero yo sigo amándolos profundamente.

En fin, seguro que necesito ser más relajado con el tema y aprender a invertir en la incertidumbre. Te agradezco mucho que me hagas caer en cuenta. Mi reto ahora será aprender a amar mis proyectos como amo mis hijos, sin expectativas, con libertad, aceptando que con el tiempo dejan de ser míos.

Y en cuanto al otro tema: la solidaridad, también tienes toda la razón. Ego y solidaridad son una mala mezcla, se vuelve caridad o algo así. Yo la verdad de eso poco sé (como de la mayor parte de los temas importantes de la vida). Lo que sí tengo es una experiencia muy grande en recibir solidaridad y confieso que soy tan egoísta que hasta me he peleado con la gente porque me ayuda.

Sin embargo, en mi egoísmo, yo nunca doy limosna, difícilmente contribuyo a alguna causa y creo que lo más cercano a un acto solidario que se puede esperar de mí, es escuchar a mis amigas y amigos cuando lo necesitan, ayudarles en lo poco que yo sepa, ya sea con sus conflictos personales, sus sitios web o sus tareas académicas.

Obviamente todo esto es motivado por una causa muy egoísta, he descubierto que dedicarle un poco de tiempo a otros me hace sentir mejor conmigo mismo, me ayuda a entender mis propios problemas, ya sea porque entiendo patrones comunes, porque me doy cuenta, que los míos son mínimos comparados con los problemas que tienen otras personas. Siempre aprendo algo, es buen negocio ayudar a los demás.

Lo que cuesta trabajo es dar, no porque no tenga o no me quiera desprender, sino por qué siento que dar cosas emplaza a las personas en posiciones jerárquicas. Es difícil cuestionar a quien le ayuda a uno desinteresadamente. Quedar eternamente agradecido es lindo, pero que ese agradecimiento implique un cobro en favores o lealtades eternas es muy complicado. Mis compañeros del colegio, que me mantuvieron durante todo el año que termina, lo hicieron de una manera anónima y tranquila que ha permitido que la solidaridad recibida no esté condicionada a desconocer las diferencias políticas y espirituales que tengo con algunos de ellos. Ha sido una bendición adicional conservar mi dignidad.

Yo, como soy tan egoísta, le he pedido a algunos de los grupos que me han ayudado que cuantifiquemos el costo de los favores de ambos lados, para que no nos quedemos en el círculo vicioso del agradecimiento eterno. Y como soy bendecido, la gente ha sido tan bacana conmigo que me acepta el negocio. Unos de los emprendimientos que estoy acometiendo se basan en invertir tiempo y favores.

Y con esto llego a tu última crítica, yo doy clases, armo tertulias y reuniones porque me gusta, porque en esos espacios aprendo más de lo que enseño, porque disfruto encontrarme con gente. Porque en mi egoísmo, asumo que tengo mucho por decir y que hay gente que quiere oír mis historias: por ser un paciente oncológico, por ser una persona con opción de vida queer, por haber sido bendecido con tantos milagros a pesar de ser un completo fracaso.

Por eso las actividades que estoy trabajando ahora se basan en mi experticia en el fracaso. No pretendo ser buena gente, ni gurú de nada, yo no doy clases ni hago actividades formativas para enseñarle nada a nadie, sólo he aprendido a facilitar dispositivos en los que se pueden hacer reflexiones compartidas.

Yo no soy un ángel, ni pretendo pasar por tal. Soy un pobre pendejo que la ha cagado mucho en la vida y que intenta, desde hace poco, aprender de lo que le pasa.

De verdad muchas gracias por ponerme a pensar, por obligarme a escribir (llevaba todo este año sin publicar nada). Gracias porque sé que para ti el silencio no es opción y porque siempre argumentas con honestidad y desde tu corazón.

Un abrazo»

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