Amor, intento y fracaso

Y vivieron felices y comieron perdices…. ¿en serio?

Aprendimos a amar con los cuentos de hadas, con las telenovelas y, me parece que sobre todo, con las canciones. Estamos saturados de historias sobre “eres el amor de mi vida”, “sin ti no podré vivir”, “te amo más que a nadie”, bla, bla, bla. El amor romántico es muy jodido. Claro, es rico porque es extremo, se siente súper cuando uno se enamora y una mierda cuando se acaba. Estar arriba y abajo le hace sentir a uno vivo, pero le jode mucho.

Aunque hace ya varios años que no doy clases, aún tengo contacto con varios de mis antiguos estudiantes, una parte de ellos ya son profesionales. Una persona de este grupo me estaba contando sobre la tusa en que anda. Al principio le mamé gallo: “te reirás en un tiempo de lo ridículo de tus palabras ahora”, de repente recordé mis propios sentimientos cuando tuve mi tusa, una de muchas, la más tenaz, cuando me separé de la madre de mis hijos.

Llevábamos 13 años como pareja y teníamos dos chiquitines. La relación se había deteriorado mucho. Ella, como suelen ser las mujeres, más valiente y más inteligente que yo, decidió que era momento de ponerle final. Yo casi me muero. Unos meses después, ella se consiguió un tipo que era todo lo que yo no era.

Han pasado 20 años y ambos hemos tenido otras relaciones. Ella me acogió en su casa y me cuidó en medio de las quimioterapias, a pesar de su molestia conmigo por mis experimentos de género. Yo no sé como lo explicará ella, pero para mí fue un acto de amor. No vamos a volver a tener una relación de pareja. De hecho, ya salí de su casa y volví a mi buhardilla chapineruna. Lo interesante, me parece, es que hemos aprendido a amar de otra forma. Ahora nos queremos de una manera muy chévere, diferente.

Recuerdo que la primera vez que me hablaron del amor desinteresado, del amor que no quiere controlar, ni poseer, no lo podía entender. Yo vivía con ella y quería seguir así, no me cabía en la cabeza la posibilidad de quererla sin esperar nada a cambio, sin intentar controlarla. Seguía creyendo en el cuento de hadas, a pesar de haber visto a mis padres malvivir por décadas, justificándose en la idea de mantener una familia para sus hijos.

Aprendí a amar desinteresadamente gracias a mis hijos, de eso ya escribí en otro texto. En una de las respuestas que recibí, alguien me dijo que no se necesita tener hijos para aprender a amar así, supongo que es cierto, yo cuento mi experiencia, yo aprendí con mis hijos. Me costó un poco de trabajo pasar del amor libre, desinteresado, sin expectativas a mis hijos, a amar de la misma manera a mis parejas y a otras personas.

No sé cómo lo hice, no creo que haya una fórmula que pueda darle a mi estudiante, tampoco creo que sea solamente un ejercicio de la cabeza, de entender una teoría.

Me he dado cuenta que cuando terminamos una relación, los últimos días son malucos, después el recuerdo de esos pocos días nos opaca la memoria del conjunto del proceso, generalmente la pasamos bien a lo largo de toda la relación, pero en algún momento declina. “Nadie nos quita lo bailado” es mi mantra para esto. Esos buenos momentos que pasamos con otra persona, esos ratos en que nos sentimos felices y amados, eso es lo que hay.

Después queda la libertad.

El amor romántico, la familia nuclear y la heterosexualidad son tres modelos mentales que aparecieron hace relativamente poco, pero que pensamos que son la forma eterna en que los seres humanos nos hemos relacionado. El concepto de heterosexualidad surgió en la Prusia del siglo XIX como un mecanismo de normalizar las relaciones de pareja, considerando que deberían ser para la procreación y el aumento de la población, patologizando así el comportamiento homosexual. La familia nuclear (esa de la caricatura, de mamá, papá e hijos, ah! y el perrito) apareció a finales del siglo XVIII en Inglaterra cuando se empezaron a construir casas para obreros. Y la idea del amor romántico se consolida también en la primera mitad del siglo XIX con obras como la de los hermanos Grimm que arman con sus cuentos sobre príncipes y princesas de un pasado idealizado. En realidad, en la Edad Media el matrimonio era un tema claramente ligado al patrimonio, por tanto para quienes tenían muy poco, el “sacramento” no tenía ningún sentido.

Estos modelos han sido mantenidos en la sociedad de una manera muy violenta, que apenas se ha cuestionado en los últimos años. Los celos y otras transgresiones a la lógica del “amor romántico” se han considerado justificaciones legítimas de “crímenes pasionales”. La violencia de género se fundamenta en esas ideas que, en menos de dos siglos se han convertido en eternas.

Claro, salir de una tusa no es simplemente cuestionar la forma de pensar el amor. No es sólo un proceso racional, pero intentar ver el amor y las relaciones desde otra perspectiva puede ayudar.

Insisto, no sé como ayudarle a otras personas a amar de una manera diferente, pero creo que esa es una de las claves para no sufrir o al menos vivir la ruptura amorosa de una manera menos dramática.

He descubierto que amar a una persona no implica dejar de amar a otra. El amor no es un recurso finito que tenemos que administrar en su escasez, el amor siempre se crea, uno puede seguir amando así empiece otra relación. Claro uno no tiene control sino sobre su propio amor, no puede esperar que la otra persona piense lo mismo, pero si uno la ama, no importa, al fin y al cabo, no es para esperar nada a cambio.

De las pocas cosas prácticas que puedo recomendar es agradecer. No importa si la otra persona se fue, si no le interesa. No es asunto del/a otro/a es asunto de uno, agradecerle profundamente a la vida por darle la oportunidad de amar a alguien, por los momentos felices, por sentirse vivo.

Agradezco a la hermosa mujer con la cual he compartido los dos proyectos más importantes de mi vida, a aquella que me amó clandestinamente y me enseñó tanto desde lo profundo de su saber, a la maestra de la hermosa sonrisa y delicioso café, a la escritora amorosa y sensual que me enseñó a no temer el sexo, a la deportista que siempre sabe cómo seducirme, a la criatura peligrosa que me lee, a la vendedora de misterios que me mueve el piso. A todas muchísimas gracias.

La ruptura amorosa se siente como un fracaso. Uno siente que no estaba a la altura, que le falló a la otra persona, que se falló a sí mismo/a. Este fracaso, como todos los fracasos, siempre es mejor que no haberlo intentado. Siempre estamos en el intento. Así todos los amores estén destinados al fracaso, siempre vale la pena intentarlo, porque es la forma de sentirse vivo/a.

Ahora prefiero tener un final real y no un final feliz con la promesa de una felicidad plana. Colorín, colorado.

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