El año pasado escribí estos párrafos para un trabajo que hice para la Universidad Central, son mi convicción que la palabra fue lo que nos hizo humanos. Hoy encontré este hermosamente aterrador cuento y me pareció que iban bien juntos. ¿Cómo les parece?
Aquel animalito que intentaba ser bípedo cometió la mayor tontería de la historia, a diferencia de lo que haría cualquier animal inteligente, no huyó del fuego. De hecho hizo todo lo contrario, se acercó, lo observó fascinado (¿o fascinada?), y notó que muchos maderos no ardían por completo, había una parte que no se estaba quemando y de la cual se podía tomar un extremo sin lastimarse. Ese acto hizo que nuestra especie se separara de las reglas ecosistémicas y emprendiera el camino de la cultura.
A lo largo de años, de generaciones, de siglos, de milenios, los seres humanos aprendimos a usar el fuego y a producirlo. Con el fuego transformamos el paisaje porque gracias a él fue posible derribar grandes árboles, que con solo hachas de piedra nunca se hubiesen podido tumbar. Quemamos grandes planicies, formando sabanas para mejorar nuestra capacidad de vigilar a las fieras. Construimos un nuevo tiempo entre el día y la noche, ese rato en que podíamos estar a salvo alrededor del fuego. Allí también modificamos nuestro cuerpo, al poder cocer los alimentos pudimos ahorrar energía en el proceso digestivo y tener dientes más pequeños, que dejaron espacio para cerebros más grandes.
Sentados alrededor de la fogata, del hogar, descubrimos la risa, burlándonos de quién veíamos al otro lado de las llamas. Pero sobre todo el fuego nos dio la oportunidad de contar historias. Allí alrededor de ese fuego recién domesticado, en ese tiempo recién inventado, por primera vez tuvimos la palabra para crear mundos, traer el pasado, inventar el futuro, enseñar y aprender…