En estos días pensé en mis padres. No como ellos, sino como dos personas que forman parte de un algo: de un círculo de personas entre las cuales hay cierto tipo de relaciones que se supone deben cumplir ciertos patrones de comportamiento ante diferentes situaciones. Desde niña me he movido en un ambiente especial (me siento orgullosa de poder decir eso).
Por Valeria Rodríguez Fajardo
Gracias a ese ambiente especial crecí con la firme convicción de que los amigos existen (afortunadamente) y alguna vez en una discusión acerca de la existencia de los amigos (yo estaba del lado que afirmaba que existían) utilicé como un argumento, aunque era más bien un hecho experimental (como diría alguien del que espero ser colega algún día) el hecho (valga la redundancia) de que mis padres tenían efectivamente no un amigo, sino todo un circulo de ellos (y me sentía orgullosa de ello).
Eso fue hace: suficiente. Y voy a utilizar una frase muy, a mi parecer, bonita y sobre todo muy diciente: «And for a time, it was good» (Animatrix: The second renascence). Pero sé es humano y esto implica demasiadas cosas: muchas malas, muchas buenas. Y se dice, y se hace y tantas veces se hiere, se hace daño. Daño que en la mayoría de casos es irreparable, sobre todo cuando hay afecto de por medio (Justo como en este caso). Y todo empieza a deteriorarse y estos cambios no sólo son visibles, sino que se sienten, en cada cosa, cada palabra, cada gesto, cada vez que respiras y algo ha cambiado en tu corazón y no haces todo lo que pudieras hacer para que esto se detenga, para que no avance, para que no acabe con eso que algún día llego a ser tan importante, tan bello.
Simplemente se dicen algunas palabras que en realidad nunca significaron nada (nada en la medida que en su interior no había compromiso, eran solo palabras que se quedarían en el aire y finalmente se las llevaría el viento). Y por dejarse llevar por cosas personales que obviamente también son importantes, pero que a veces deben dejarse a un lado en busca de un fin mayor, se deja que todo comience el camino a la desaparición, al recuerdo. En la vida existen cosas cuyo valor es inconmensurable. Los amigos (hablo de los verdaderos amigos) son una de ellas y ustedes, por más que intenten negarlo, dejaron acabar su amistad y eso es simplemente horrible.
A mi manera de ver no todo está perdido, siempre se puede construir de nuevo, entiéndase bien, hablo de volver a construir no de reconstruir. Hablo de empezar otra vez, de recuperar sentimientos y todo aquello que implica verdadera amistad, pero no igual, diferente. Diferente porque ahora son diferentes, ya no son chiquillos soñadores que comparten pequeños gustos y disfrutan de la poesía, ahora han vivido muchos más, tienen más experiencia (mucha de la cual de la deben los unos a los otros y otra más que han adquirido juntos), ahora son lo que hasta hace un tiempo llamaba «grandes». Hace poco leí: «Nada permanece ni se repite» (Juan Carlos Onetti, Los adioses, 1981) y es por esto que insisto en que no traten de reconstruir.
Abril 24
El problema de estar muy cerca de alguien es que nos creemos con derechos que en realidad no tenemos, de repente olvidamos que un amigo acompaña y en algunos casos le es permitido aconsejar pero nunca decidir. El problema es que abusamos tanto de la cercanía que finalmente se llega al límite. El problema es que en el corazón nunca se repiten las cosas, aunque no estoy segura que eso en realidad sea un problema, supongo que depende de la situación.
Lo que realmente espero es que sean buenos constructores en medio de las ruinas.