Tuve el honor de trabajar con Tatiana Roa en Censat un tiempo, allí aprendí mucho y logré desarrollar mi conocimiento y acción ambiental. últimamente recibo mucha información de Tati, pero este artículo en particular lo escribió ella en el contexto de la lucha por la soberanía alimentaria, una de las luchas sociales que me parece más clave en este momento, quise publicarlo porque me parece que es un tema en el que hay mucho que pensar y mucho que hacer, sobre todo eso, tomar acción…
Quiero empezar esta conversación recordando una historia que oí hace unos meses a Carlos Rosero, destacado líder del Proceso de Comunidades Negras de Colombia. Carlos y su abuela vivían en Buenaventura, el más importante puerto sobre el Pacífico Colombiano. Un buen día, entraron al primer supermercado de la ciudad porque necesitaban algunas cosas para el almuerzo. En el recorrido, por el lugar, la abuela encontró que vendían arroz moreno con cáscara, arroz integral. Observando el precio y atendiendo a los argumentos para preferir este arroz, ella le dice a él: “¿Mijo, no entiendo, dónde está el progreso? ¿Está delante o está atrás?” Y él inquieto por sus palabras le contestó “¿Por qué me pregunta eso, abuela?” Y ella le respondió: ‘Hace unos años nos ofrecieron el arroz blanco y dejamos de comer el arroz “moreno”, y la cascarilla quedó para los animales. Ahora resulta que lo que se vende más costoso y como lo mejor es ese arroz que comíamos nosotros hace varios años”.
Esta reflexión la traigo al caso, porque el tema de la soberanía alimentaria está atravesado por las nociones de progreso y desarrollo. En fin, con la concepción que tenemos del mundo. Durante muchos años, los movimientos sociales y de izquierda se han planteado innumerables retos y luchas. Hoy son concientes, particularmente el movimiento campesino y otros movimientos ambientales, de que las confrontaciones deben atender lo que se nos ha impuesto y volver el discurso más que palabras. Para hablar en concreto, la lucha por la soberanía alimentaria es actualmente la base de sus demandas. Como en el caso de la conocida Vía Campesina. Porque como dice la sabiduría Chasídica «… el mayor conflicto de las sociedades y los seres humanos, es entre el corazón, el pensamiento, la palabra y la acción, pues somos incapaces de decir lo que sentimos y pensamos y peor aún, de hacer lo que decimos».
Es por lo menos injusto desconocer el aporte de las gentes del campo, en apariencia invisibles. Seres que construyen la vida con grandes sacrificios, que han trasmitido sus saberes de generación en generación, desde su sabiduría, desde el saber y la oralidad, ellos y ellas nos están diciendo que hay que dar un salto y construir la soberanía alimentaria en el día a día. Carlos, el nieto de la abuela nos lo dice así: “Ojo, la globalización entra por la boca”.
Por ello, estar acá, en La Toma, en Rosario, Argentina, es algo muy simbólico. La Toma, territorio recuperado por los trabajadores y reconstruido con sus esfuerzos y sacrificios, es un lugar donde encontramos los productos del campo que cada semana traen las familias campesinas que se resisten a la homogenización del campo. Donde el pan se hace con el sentimiento de saber que eso que fue semilla, se transformó en harina y hoy es pan. Estos son los seres que rechazan el hecho de que Argentina sea un motocultivo de soya, nos da esperanza de otros mundos posibles.
Y quiero juntar esto con otra experiencia que viví recientemente. Hace unos días, Lorica, un municipio de la Costa Caribe colombiana, fue escenario del cuarto Encuentro Latinoamericano de Represas, organizado por la Red Latinoamericana de Lucha contra las Represas, Censat Agua Viva y Asprocig, que es la Asociación de Productores para el Desarrollo Comunitario de la Ciénaga Grande del Bajo Sinú, una organización de pescadores y campesinos. En los días del evento, Asprocig ofreció comidas a las cuatrocientas personas venidas de todo el continente, solamente con productos campesinos que vienen de sus espirales ecológicas, con platos autóctonos que se ido perdiendo de la gastronomía local. Y nos dijeron con orgullo que habían logrado su gran sueño: “siempre nos imaginamos hacer un encuentro grande, pero lo pensamos haciéndolo con nuestra propia comida”. Ellos, con altivez pero a la vez con humildad, nos decían que “en este encuentro toda la comida que ustedes disfrutarán ha sido producida y será elaborada por nosotros mismos”. Era la primera vez que hacían un evento tan grande en su territorio, un evento internacional, latinoamericano, un evento que impactaría no sólo a su municipio sino a su región luego de nueve años de existencia de ASPROCIG y donde existe uno de los mercados ecológicos campesinos más importante del país.
Esto fue algo que nos sorprendió a quienes estuvimos allá, porque además de saber que su comida era limpia y producida en los patios de sus casas, algunos de menos de 300 metros cuadrados, también nos embelesamos con esa cocina autóctona que generosamente nos brindaron. Tuvimos el gusto de deleitarnos con platos y recetas que seguramente mucha gente de la región ya no disfruta y que para nosotros fue el mayor gozo.
Esta noche de conversatorio entre el movimiento campesino y los otros movimientos sociales de esta ciudad, cuna del Ché Guevara, lo que nos enseñan las experiencias que hemos tenido oportunidad de conocer aquí es que este es el camino a seguir, son estas, rutas de esperanza, las que construyen hombres y mujeres que no temen meter sus manos en la tierra, que defienden su territorio, que custodian las semillas locales, que reproducen su saber mediante la memoria colectiva, la oralidad y de la práctica cotidiana de “comer lo que ellos mismos producen”. Es aquí donde está la construcción de la soberanía alimentaria y la construcción de mundos más justos.
¡Muchas gracias!
Rosario, Argentina